viernes, 2 de octubre de 2015

Borehamwood y sus sentidos


Me disponía a hacerme un bocadillo.
 Quería pasar el día fuera. 



Los almendros estaban en flor y a puesto a que algún camino me llevaría a un sendero repleto de ellos. Por otro lado, tenía la bici en la puerta de la última vez que la usó mi hermano. Solo tenía que bajarle el sillín y podría salir con ella sin rumbo. O hacia la fuente la teja. A mojarme el culo y lo que no es culo y a mojarte el tuyo.

La mañana no pintaba mal pensaba mientras terminaba el bocadillo y me relamía los dedos naranjas que me había dejado el chorizo.
Fue entonces cuando la vida me dio una bofetada. En toda la cara. Si hubiera sido real apuesto a que me hubiera roto la nariz y hubiera empapado toda la cocina de sangre. Yo hubiera querido o intentado defenderme pero me hubiera entretenido relamiendo aquella sangre y hubiera dejado que me destrozaran. Otra vez. 
Toda la encimera estaba llena de migas de haber abierto cual hambriento el pan con las manos.(Ay! si mi padre viera que no estaba usando la tabla ni el cuchillo de sierra, que para eso es  -según él-) Todo lleno de pequeñas migas de pan que no estaban siendo consciente de lo que me estaban haciendo. Ellas ahí cayendo por todos lados, esparciéndose como cuando tu semen  recorre todos los recovecos de mi cuerpo y tú lo odias y yo juego a ver si entra en el ombligo con mis movimientos como si jugáramos al estúpido juego de colar las bolas en el agujero que traen las tapas de los botecitos de pompas. Pues algo así sucedió en tan solo diez minutos alrededor de las 9 de la mañana.

Todo estaba lleno de migas como las migas que dejamos en la repisa de aquel hotel, aquella semana, de aquel duro invierno.  Del que no hablaré porque eso, son cosas que solo tú y yo sabemos.



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