lunes, 31 de agosto de 2015

Qué me dices si te digo

Fue piedra, onda y tierra.




Y pocos entendieron la expresión. A decir verdad, pocos la entendieron durante su viaje.
 Da igual lo que dijera que siempre iba a haber alguien que no la entendiera aunque no lo confesara. Y en el fondo tampoco era tan difícil. 
Se sentía la piedra que se tira a una charca. La misma que forma ondas hasta dejarse caer en la arena del fondo olvidada.
La primera onda es enorme y todos la recuerdan y se quedan a visualizarla. El impacto es brutal, hasta puede salpicar. La segunda, tercera, cuarta y quinta, empiezan a disminuir pero algunos siguen viéndola atrapados por su poder aún sin entenderlo, como cuando en el baño lees todas las etiquetas de los botes, sin quererlo.
A las siguientes nadie se queda. Y hay muchas. La piedra empieza a perder su fuerza porque nadie la apoya, ya nadie la recuerda hasta que cae en la arena y es enterrada. 
No le bastó con ser la piedra que tiraron, aquella a la que no vieron diferente o suficientemente bonita como para guardarla todas las vacaciones hasta llegar a casa y colocarla en algún lado que tuvieron que tirarla. Ella, que guardaba todos los dolores ajenos en cajitas dentro de su cuerpo quiso ser también la tierra que soportó la piedra por si no superaban juntas su nostalgia.